martes, 26 de abril de 2011

Cosas

Cambie el tema y le pregunte por la tía Olga y el primo Carlos, me dijo que ambos estaban de viaje y que la tía estaba muy preocupada por mí, hablamos hasta que llegamos a casa, cuando me disponía a despedirme note que su rostro se había puesto muy serio, cosa poco habitual en él, ya que siempre tenía una mirada amable y una sonrisa encantadora sobre sus delgados labios, nunca le había visto con el seño fruncido o enojado, a veces se parecía más de la cuenta a mi padre con aquellos ojos marrones de mirada tierna.
-Kari, espero que esto no tenga nada que ver… – se interrumpió y suspiro – Con lo que hacia mi madre.
Lo mire con sorpresa, mi abuela siempre me dijo que aquello era un secreto y que nadie de la familia lo sabía.
-¿Qué quieres decir?
-Sabes muy bien de lo que hablo – dijo con rostro firme – Se lo que mi madre hacia y también sé lo que te hizo – ensanche los ojos – La nigromancia no es un juego Kari, así que ten mucho cuidado.
No me atrevía a decir nada mas, estaba pasmada, ¿Cómo era posible que supiera aquello?, y peor aún, ¿Como sabía lo que la abuela me había hecho?
-Si necesitas algo, lo que sea, no dudes en llamarme.
Asentí y baje del coche, me quede inmóvil observándolo hasta que se perdió de vista y fue cuando solté el aire que había aguantado.
Se estarán preguntado qué fue lo que la abuela me hizo y se lo diré. ¿Recuerdan que dije que no necesitaba de aguja para cerrar mis heridas ni hospitales y que no me enfermaba?, pues esa es la verdad, porque mis heridas se curan solas sin dejar marcas en mi piel.
Cuando era pequeña era un peligro ambulante para mí misma, me caía constantemente al correr y cuando jugaba siempre salía con una herida. A los siete años ya me había roto un tobillo y dislocado un hombro, eso sin contar las veces que fui al hospital para que me cosieran una herida, que quieren que les diga, era una niña intranquila y traviesa.
Mi madre, por mi propio bien, llego al punto de que no me dejaba jugar, me pasaba las tardes observando a mi hermano jugar en el patio con mis primos con ojos envidiosos, cuando visitábamos a la abuela en el campo todos montaba a caballo o se metían en el bosque a jugar las escondidas y yo me quedaba sentada con rostro triste.
Mi abuela le pedía a mi madre que me dejara montar a caballo con alguien experto, pero ella admitía que de una manera u otra terminaría con alguna herida o un hueso roto.
Cuando cumplí los ocho años la abuela nos visito y les pidió a mis padres que me dejaran pasar unos días con ella en el campo, estos solo aceptaron después de que la abuela prometiera que no me dejaría ni salir de la casa.
Llegamos a San Juan, el campo en donde ella vivía, me dijo que me tenía un regalo de cumpleaños muy especial y me entraron unas ansias enormes de llegar a la casa para verlo.
Entramos al fin y la abuela preparo un baño para mí en su bañera, me pidió que me metiera y que me daría el regalo, me hundí hasta que solo me quedo la cabeza fuera del agua, ella se arrodillo en el suelo y esparció un polvo blanco sobre el agua, este se quedo flotando en la superficie.
La abuela me puso una mano en la cabeza y empezó a murmurar unas palabras que para entonces yo no entendía, de repente hundió mi cabeza en el agua y sentí como invadía mis pulmones, patalee y forceje con su mano, pero fui incapaz de apartarla, cuando al fin me soltó emergí y me trague todo el aire que pude con demasiada brusquedad, lo que me hizo toser sin parar.
Me cogió una mano y vi, con horror, como con un cuchillo me trazaba una línea en la palma de la mano, trate de gritar, de pedir ayuda, para mí la abuela se había vuelto loca, y más aun con el color rojo que adquirieron sus ojos, sin embargo el ataque de tos no me lo permitió, metió mi mano herida en el agua y volvió a murmurar las misma palabras de antes.
Deje de toser y al punto estuve de pedir ayuda, pero no lo hice, por que el polvo que había echado en el agua antes empezó a moverse, me resulto increíble que aun estuviera intacto, el polvo formo una sola línea sobre el agua y se movió como si hubiera sido una serpiente, se hundió con los mismo movimientos y se acerco a mi mano herida, que había manchado el agua con la sangre, la rodeo con un circulo y se metió por la herida.
Grite como nunca lo había hecho, patalee y hasta golpee a mi abuela para que me soltara, aquel polvo se metió por mis venas y recorrió todo mi cuerpo como si de verdad fuera una serpiente, mi corazón latió a mil por hora y apenas podía respirar, aquella sensación fue agonizante, tanto que perdí el conocimiento.
Cuando desperté estaba en la cama de mi abuela y ella sentada a mi lado, me miraba con sus ojos ambarinos y me pregunte si había soñado todo aquello y cuando me mire la mano supuse que si, por que no había ninguna herida, ni siquiera una cicatriz, pero mi abuela me dijo que no había sido un sueño, me explico lo que me había hecho y me pidió que fuera un secreto entre ambas, también me dijo que me enseñaría muchas cosas, entre ella la magia, así fue como me reveló todos sus secretos, me enseño a usar la magia, las runas y a combatir demonios, pero aquello siempre fue un secreto entre nosotras.
Lo que la abuela me había hecho fue crear, más bien meter un hechizo en mi cuerpo, un hechizo que contrarrestaba cualquier herida que me hiciera, desde una simple cortada a un hueso roto se curaban solos, casi al instante, era una versión, digamos, a lo Lobezno el de los X-Men, solo que cuando mis heridas se curan siento dolor, el mismo dolor agonizante que sentí aquella vez en la bañera de la abuela.
Pero el hechizo me hizo más fuerte, era capaz de correr sin caerme, de jugar sin tener que salir corriendo hacia mi madre para decirle que me había cortado y que tendría que llevarme al hospital, volví hacer una niña juguetona y traviesa, y mi madre solo pensaba que me había vuelto muy cautelosa, en pocas palabras no se equivocaba, ya que un rasguño podía aguantar que se currara sin gritar, pero una herida mayor era atenerme al dolor, un gran y fuerte dolor, cosa que odiaba.

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